viernes, 24 de mayo de 2013

Hasta que llegue el bondi (Parte III, final)

En este punto, al haber pasado ya Plaza Italia, comienza la verdadera odisea de la noche. Sigue lloviendo sobre esta costa del río y debo esperar que llegue el bondi, hay muchas cosas más en las que seguir pensando mientras tanto.

Santa Fe está plagada de publicidades de tiendas de ropa y nuevas marcas de perfume, diseñados bajo la más estricta confidencialidad de los laboratorios secretos que se encuentran bajo el Montblanc en los Alpes, protegidos por batallones enteros de soldados de la OTAN. En la mayoría de estos carteles, mujeres casi desnudas, al igual que en los enormes carteles sobre las autopistas, son las artífices materiales, detrás de las cuales hay un fotógrafo, un creativo, una junta directiva y varias oficinas de marketing –también escondidas bajo el Montblanc-, en fin toda la sociedad, del falso culto erótico de la imagen repetida hasta el cansancio de cuerpos desnudos que no muestran más que carne y no producen en uno más que una instintiva atención que solo dura algunos instantes; estos carteles, a pesar de tener casi exclusivamente mujeres son la mejor manera de publicitar cosas que han encontrado los creativos, que manejan el mundo que nos rodea, para hacer llegar su mensaje al público urbano femenino que los ve día tras días; triste realidad de ídolos ploteados ¿es este lugar a donde ha caído la liberación femenina por uso del sistema?:  “los últimos residuos de la caída del feminismo”, como dice Houellebecq en su Extensión del campo de batalla, novela bourdieana (?), si las hay.

La época en la que vivimos, intenta eliminar el romance –y esto, por supuesto, no pretende ser la defensa de un romanticismo bobo, dulce hasta la diabético e inexistente- por poco útil, o por peligroso para la ya de por sí frágil, estabilidad emocional de las personas, que se enfrentan en los distintos campos de batalla que se les plantean en su vida social y que en ellos pueden triunfar frente a los demás, como fracasar estrepitosamente, de la misma manera y al día siguiente tener que volver a ir a laburar –y sobre esto, estoy seguro, se estructura toda la psiquiatría y farmacopea occidental del momento: no hay jornada laboral que no pueda ser enfrentada con parsimonia y sin esa depresión tan fea“tome un alplax, al despertar por la mañana se sentirá mejor... ahora también en chupetines”.

Publicidad de Coca Cola en la película "Blade Runner", Riddley Scott, 1982. 
Publicidad de Coca Cola, Avenida 9 de Julio, Buenos Aires, 2012.
La sociedad pensada como la superoferta de bienes materiales y simbólicos de, único casi, valor estético, para la consagración de los individuos dentro de una escala jerarquizadora, a partir del acceso a determinados bienes, según la particularidad de cada campo –la Sociedad Supermercado de la que habló Houellebecq- y la publicidad, pilar fundamental del funcionamiento de la sociedad –mezcla de distopía ciberpunk a solo años de poder concretarse y la cruda realidad tangible que nos rodea a cada instante- de los albores del siglo XXI, aplastan al sexo bajo el yugo neoliberal de la prestación de los genitales ajenos para uso de uno. 

Erigido por un sistema de conquista estructurado a través del intercambio de bienes materiales o simbólicos entre las personas –es decir que no existe en la enorme mayoría de los casos el sexo por el sexo, el “vamo’ a coger” sin antes haberle dado algo a alguien- el sexo casi siempre se constituye como el intercambio, momentáneo del uso de bienes de difícil acceso: un pene o una vagina, palabras tan espantosas al pensarlas y al decirlas, que parecen hasta haber sido creadas en alguna reunión conspiradora de Acción Católica en los sótanos de alguna residencia de los de sotana, para evitar que la gente se ponga a hablar de un asunto que solo puede ser tratado “seriamente” utilizando esos términos.

Henry Miller –quisiera creer-, lloraría sobre el semen y los fluidos derramados en noches vividas como la realización idiota de esa idea del sexo como el acceso a los genitales de otro; Miller nos gritaría, pegándonos cachetadas para intentar despabilarnos de este ensueño de LEDs, en el que estamos sumergidos, sometidos y autoengañados, de forma trágica, sin darnos cuenta la mayor parte del tiempo.

-¡Una cosa es hacer el amor, muchachos; otra cosa es coger, disfrutar del otro como una masturbación entre dos, o más, y nada más; y otra cosa es coger como si estuviera haciendo el amor, la forma más refinada de hacerlo, a todas horas, con cualquiera con quien se desee hacerlo, pero llevando el contacto de los genitales, al grado de la explosión mental, de los ataques espasmódicos por todo el cuerpo y el alma!- nos diría Miller 

-¡Ustedes no hacen ninguna de las tres, imbéciles!- nos gritaría, levantándonos a golpes de lectura de nuestros cómodos culos, esos asientos de carne que nos preceden; nos llevaría a buscar a alguien y nos demostraría cómo se agita el corazón y la mente en cada penetración, cómo es coger haciendo el amor, no solo para uno o para el otro, si no para la sociedad entera –y cuán distinta sería la sociedad si todos lo hiciéramos así.

Y nos dijo en verdad: "El sexo es una de las nueve razones para la reencarnación...las otras ocho no importan". Esta cita fue adaptada, por decirlo de alguna manera por Woody Allen: "Existen dos cosas muy importantes en el mundo: una es el sexo, de la otra no me acuerdo"

O no, puede que tal vez no, Miller no fue Orwell y eso siempre me genera un escozor insoportable en las neuronas cada vez que lo leo. Él, el hombre de los Trópicos, lo pensaría, lo escribiría, hasta se rasgaría las vestiduras en la tinta que le da forma a “Miller”, el concepto que todos sus lectores podemos tener de él, pero ese Miller, el escritor consagrado a la reflexión sobre la decadencia de la civilización occidental moderna, perverso y maravilloso ladrón, o reencarnación, estadounidense de Dostoievski, no movería un pelo de su cabeza ni de su culo por cambiar esta situación, más allá del alcance de sus brazos.

Miller habiendo estado muerto por más tiempo del que yo llevo vivo, es un escritor que amo, al mismo tiempo que es un idiota y quizá, uno de los más grandes incluso.

La lluvia ya se detuvo hace un rato, pero todo lo que es, bajo el cielo porteño, sigue cubierto por una fina capa de gotas; las esquinas son pequeñas lagunitas palermitanas por fuera de sus bosques y por suerte todavía no se dejan ver los gomones ni los, tan graciosos en cada inundación del barrio, que van con sus canoas o kayaks.

En cuanto se abre un espacio en blanco en la perspectiva de mis pensamientos, el espacio mental imaginario se ocupa con placer.

Sofía, sus ojos claros incluso entre la oscura confusión, sus labios carmesí sobre los que podría dormir cien años en la más perfecta paz si el mundo nos dejara, la punta de sus dedos sobre la que por momentos gira el mundo, todo lo que es y todo lo que creo y siento sobre ella, es una contingencia con la que mi mente, y todo el resto de mí, tiene que lidiar; como la luz intermitente de las luciérnagas en la noche de la mente, demuestra su verdadero poder: aparecer sin ser buscada, de improviso, cuando ya nadie tiene la esperanza de que llegue o todos se han acostumbrado al pesado y espectral silencio de su ausencia.

El problema de Sofía es que es volátil (¿Quién no? por otro lado) , se disipa tan rápida y majestuosamente en un instante, como el humo de los cigarrillos que esos labios suyos besan -¡qué lujo esos labios!- los cuarenta ladrones se matarían entre ellos por conseguirlos si estuvieran al tanto de su existencia, Mendoza y Garay, poniéndolos en el mismo nivel del oro que el resto de sus colegas perseguían, llegaron a estas costas rivereñas y australes luego de oír la leyenda de esos labios y por haber llegado cientos de años más temprano, frustraros fundaron dos veces la ciudad con la intención de mantener la guardia intacta hasta que aparecieran; en busca de esos labios que a cada beso hacen una oda, muchos hombres y mujeres se han perdido en estas pampas.

Como si el mundo y la ciudad, como si todo de lo que vengo hablando, se desvanecieran, cuando estoy entre sus brazos, me siento bien.

Bajo el Puente Pacífico, por el que pasa el tren cuyas vías, si uno las caminara cruzando pampas, sierras e internándose en la profunda y alta montaña, lo llevarían a uno al corazón de los Andes argentinos –si es que se puede hablar de algo tan estúpido como Andes Argentinos-, donde la montaña llora un río de aguas amarronadas y turbias que transforman en piedra todo lo que en su apuro por hacerle caso a la gravedad bañan y donde el punto más alto del planeta, fuera de los Himalaya asiáticos, se encuentra, y luego Chile, con la imagen de la ciudad de Los Andes y su pradera en verano, que viene a mi cabeza, campos y montes, tallados por los artesanos del olimpo sudamericano; bajo ese puente palermitano, sobre el arroyo encajonado y pavimentado, nos besamos por primera vez, sentí allí cómo el hierro al rojo vivo de sus labios marcaba mi carne por el resto del tiempo existente, no solo por el resto de mi vida, pues luego de muerto, los médicos forenses podrán encontrar en la carne que queda luego de esta persona que escribe, la marca obscena y profunda del beso de Sofía.

Ella es volátil como el resto de nosotros, vive bajo las mismas reglas aunque las rechace, duerme dentro de una caja de zapatos en una torre llena de ellos, mira por la ventana durante la noche observando cómo la gente va de un lado para el otro por la calle y entre los árboles del parque; estuvo deprimida y alegre como todos nosotros, es una habitante más del subsuelo, a su manera, y marca terreno abriendo con la fuerza y energía de su voz el espacio que atraviesa; tiene la suerte de ser hermosa en un mundo construido sobre la estética y la desgracia de ser inteligente y sensible en un mundo que hará todo lo posible para ignorar o desprestigiar todo lo que piense o sienta. 

No existe ser en el universo que pueda sintetizar en palabras todo lo que esos labios pueden producir en mí, o en cualquier otra persona; por lo que mejor, sencilla y sensatamente, humilde ante la visión de imposibilidad de la verbalización de estos sentimientos que queman dentro, me llamo al silencio, para no desperdiciar aire en algo inútil.

Pero bueno, desde esta parada, frente al regimiento de payasos uniformados y armados firmes para la defensa de la República y la Avenida Campos, puedo ver que allí bajo el puente que ya no va hacia el Pacífico, se acerca, finalmente, el bondi.

La noche todavía sigue, solo comienza en cuanto me suba al bondi, su etapa final; a pesar de ello, mis palabras terminarán, de forma tal vez abrupta, acá.

lunes, 20 de mayo de 2013

Sociedades de control, Internet y biometría.


Internet, Estado y control

Los Estados Unidos se encuentran en este momento discutiendo en su congreso una reforma del código migratorio que, por un lado, legalizará a medias el status de ciudadanía de 11 millones de inmigrantes ilegales dentro de su territorio y por otro lado, por lo que las discusiones vienen mostrando, hará obligatoria la recopilación de datos biométricos de ellos dentro del sistema E-Verify, ya existente pero de uso voluntario. La identificación de las personas a partir de datos biométricos es algo ya instalado, a pesar de nunca discutirse, en nuestro país, sin embargo, a nivel internacional es una cuestión polémica puesto que brinda al Estado cada vez más herramientas para la creación del sistema de espionaje interno más grande y sofisticado de la historia.

En el año 2004, el diario La Nación, recogía del New York Times un artículo sobre la aprobación por parte de la Administración Federal de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) de la comercialización de un chip implantable que, en un principio, facilitaría a los médicos la obtención de información sobre la historia médica de los pacientes. Acerca de esto, Scott Silverman, presidente de la compañía que se encargaría del desarrollo comercial de los Verichips declaraba:

"La aprobación de la FDA debería ayudarnos a sobrellevar el terror de los implantes de identificación personal y las sospechas que esto ha despertado. Pensamos que ya hay menos cantidad de personas que se oponen a estos desarrollos, aunque aún no podemos saber si los implantes de identificación pasarán la prueba de quienes temen nuevos niveles de vigilancia personal"[1]

Los gobiernos de los elefantes y los asnos[2], en Estados Unidos, a partir de los atentados del 9/11, como si tratara de convertir en realidad las narcopesadillas literarias de Philip K. Dick, han realizado cada vez más avances sobre la creación de un sistema de control interno apoyado sobre la intervención de los mensajes y datos que por teléfono e internet sus ciudadanos comparten y la creación de registros de sus propios ciudadanos y del exterior, compuestas por los datos biométricos de estas personas.

Sobre de la obvia realidad de que todas las personas que están registradas en las redes sociales de internet, hacen de manera voluntaria de acceso público sus vidas, al subir en sus muros y perfiles, datos acerca de sus actividades cotidianas, posturas políticas, creencias religiosas, gustos gastronómicos, etc., debemos tener en consideración la relación de colaboración que tienen las agencias de inteligencia a nivel mundial con las empresas prestadoras de servicios de comunicación, sean estas de telefonía móvil o fija, o proveedores de servicios de correo y almacenamiento de datos en la web.

El rol de internet en el esquema de comunicación social que ha permitido la aparición de radios personales con la sola herramienta de una PC con micrófono, una conexión a internet y un servicio de streaming, de agencias de noticias comunitarias como las que hay en nuestro país[3], Indymedia, movimientos políticos como los de la Primavera Árabe que ante el peligro que corrían las asambleas en espacio público en cada uno de esos países, organizaron y difundieron sus actividades por medio de las redes sociales y luego salieron a las calles masivamente para hacer oír su voz, aumenta exponencialmente a la vez que se van desarrollando nuevos espacios dentro de la web. De la misma manera, los sistemas de vigilancia van sofisticando sus formas de acceso a la información y  bajo la excusa de combatir el terrorismo, agencias como el FBI ejercen presiones económicas sobre grandes empresas, como las que proveen servicios como Skype, Facebook y GoogleTalk para que brinden a su requerimiento las conversaciones de sus usuarios y la información que estos comparten de manera privada en una red de acceso público, tanto por otros usuarios que estén familiarizados con el hackeo como por las mismas prestadores del servicio.

Así, tenemos como caso testigo de solo hace unos días el reconocimiento por parte del Departamento de Justicia de los EE. UU. de la intervención y obtención de registros de llamadas, brindados por la compañía Verizon, de los teléfonos de las sedes de la Associated Press en Nueva York y Washington D.C. a la vez que de por lo menos 100 periodistas asociados a la AP que investigaban acerca de casos de violaciones de derechos humanos, corrupción y maltratos por parte de las fuerzas armadas de ese país en la base penal de Guantánamo, en Afganistán e Irak, países que todavía se encuentras bajo ocupación militar de la OTAN, y sobre la participación de los servicios de inteligencia estadounidenses en un ataque terrorista ocurrido en Yémen.[4]

La amenaza que representa la guerra cibernética para los Estados es cada vez mayor, a la vez que su potencialidad como herramienta de control geopolítico ya ha sido demostrada con el ataque que sufrieron el año pasado los centros de investigación y desarrollo nuclear de Irán por parte de Israel y Estados Unidos[5], a la vez que por las acusaciones que varias compañías estadounidenses, y luego el mismo ejército, realizaron contra las FF.AA. chinas, respecto del ataque a los portales y sistemas informáticos con los que tanto las compañías como el ejército se manejan[6]. La potencialidad del control de lo que se ve, se oye y se comparte en la web ya ha sido demostrada por decenas de Estados que controlan los contenidos y que han hasta llegado a “apagar” internet dentro de sus fronteras para evitar la comunicación entre sus ciudadanos, como se dio, durante el comienzo de las revueltas en Egipto que terminaron con la caída del gobierno de Mubarak. China, por ejemplo, tiene su propio servicio de búsqueda en internet, muy parecido a Google, pero cuyos contenidos son controlados por el inmenso sistema de inteligencia interna del gigante asiático. Los periodistas que en 2008 fueron a realizar la cobertura de los juegos olimpos de Beijing no solo fueron testigos sino que también fueron víctimas de ello.

“Gobiernos del Mundo Industrial, vosotros, cansados gigantes de carne y acero, vengo
del Ciberespacio, el nuevo hogar de la Mente. En nombre del futuro, os pido en el
pasado que nos dejéis en paz. No sois bienvenidos entre nosotros. No ejercéis ninguna
soberanía sobre el lugar donde nos reunimos. No hemos elegido ningún gobierno, ni
pretendemos tenerlo, así que me dirijo a vosotros sin más autoridad que aquella con la
que la libertad siempre habla.”[7]

Ese primer párrafo de la Declaración de independencia del ciberespacio que John Perry Barlow escribió en el año ’96 en la ciudad suiza de Davos, es hoy solo un registro histórico de la voluntad de un activista que supo prever el paso que irían a dar las grandes potencias del mundo sobre el hogar de la mente, la internet, su más sofisticada creación.

El día que Person of Interest salga de la pantalla.

La serie Person of Interest, creada por Jonathan Nolan, salió al aire el 22 de septiembre de 2011 y nos muestra, básicamente, las aventuras de dos héroes que intentan salvar a la población civil de los Estados Unidos de los agujeros que tiene su sistema más sofisticado de seguridad interna. Sus protagonistas: Finch (Michael Emerson, el malo preferido de todos los que siguieron la serie Lost) es el creador de un sistema de reconocimiento de personas en tiempo real llamado “The Machine” que, diseñado altruistamente para asistir en la seguridad dentro del territorio de los EE.UU., es controlado por la CIA, el FBI y la NSA, en su continua cruzada contra el terrorismo internacional, mientras que Reese (James Caviezel, el Jesús de Mel Gibson) un ex agente de la CIA, torturado por los fantasmas de su pasado, rescatado por Finch de su presente de linyera neoyorquino, son los dos héroes de esta historia en la que el Estado, que todo lo puede ver, decide hacer la vista gorda ante las amenazas a ciudadanos particulares que pueden estar por ser asesinados como ser ellos mismos los asesinos. Nuestros dos “arrepentidos”, aunque no lo sean en verdad, del sistema: el programador de computadoras y el espía asesino, llevan a cabo su ardua tarea tratando de mantenerse en la clandestinidad, combatiendo al crimen organizado entre tantas otras cosas, mientras son acosados por los servicios de seguridad interna del país cuyos ciudadanos, tan altruista y heroicamente están defendiendo.

¿Cuál es el asunto con esta serie? Se estarán preguntando aquellos que estén leyendo este artículo. En este caso, la serie solo muestra algo más que todos deberíamos preguntarnos cuán lejos está de convertirse en realidad. La existencia de un sistema que en tiempo real podrá ubicar, a partir de un número de identificación personal y de los datos biométricos asociados a ese número a una persona en cualquier lugar que se encuentre dentro del sistema territorial de vigilancia, que utiliza todas las conexiones telefónicas habilitadas, las cámaras de vigilancia de edificios y espacios públicos y privados y hasta los propios dispositivos tecnológicos que posean acceso a internet o a las redes de telefonía celular de las personas en cuestión, convertirá a quien lo utilice en el poseedor del sistema de inteligencia y espionaje más grande y sofisticado que la humanidad haya visto.

En el año 2011, el filósofo esloveno Slavoj Zizek tomó el micrófono ante una asamblea del movimiento Occupy Wall Street reunida en Zuccotti Park y en un momento de su disertación contó un chiste que surgió dentro de los viejos regímenes comunista de Europa del este, acá va la transcripción:

“Un hombre es enviado de Alemania del este a trabajar en Siberia. Él sabía que su correo iba a ser revisado por los órganos de censura, por lo que le dijo a sus amigos: “establezcamos un código; si una carta que reciben de mi está escrita con tinta azul, lo que digo es cierto, pero si está escrita con tinta roja, es mentira”. Luego de un mes sus amigos reciben su primera carta. La carta dice: “todo es maravilloso aquí, las tiendas están repletas de comida y los cines pasan buenas películas del oeste. Los departamentos son enormes y lujosos. Lo único que no puedes conseguir comprar es tinta roja”. Esta es la manera en la que vivimos. Tenemos todas las libertades que queremos. Pero lo que nos falta es la tinta roja: el modo de expresar nuestra no-libertad.[8]

Esta es la forma en la que se reproduce el poder en las Sociedades de Control de las que habló Deleuze[9]. En nuestras sociedades que tienden cada vez más hacia la flexibilización del control, ya alcanzado hoy por hoy en los países desarrollados del capitalismo occidental, pero no tanto en países como los nuestros en donde se da una disparidad tecnológica con esos países, y hasta con China que siendo hoy en día un Estado que está al mismo nivel tecnológico que los occidentales sigue manteniendo el control directo y rígido sobre su población, el ojo del poder está en la sensación de “bienestar y tranquilidad” del público medio: la cámara de vigilancia y la posesión de una identidad acreditada por un Estado Nación.

En las Sociedades Disciplinarias, de grandes espacios de encierro de las que hablaba Foucault, la vigilancia sobre el individuo se establecía en el marco de instituciones confinadas a un espacio físico cerrado (el hogar familiar, la escuela, el cuartel, la fábrica, etc.), hoy esas instituciones han mutado en nuevas formas, debiendo el control particular en los ámbitos físicos dentro de los que uno se encontrara transformarse en una forma más general, y hasta más participativa para el vigilado, de su propia vigilancia y control. La sofisticación de los medios tecnológicos de control se puede ver, por ejemplo, en que la entrada y la salida del espacio de trabajo ha dejado de ser a través del fichado de tarjetas, y utiliza hoy en día la lectura de huellas digitales, método mucho más práctico y confiable para el control del personal. Pero sobre eso uno debería comenzar a preguntarse qué posibilidad hay de que la misma huella digital del pulgar de uno sea vendido “anónimamente” a alguien, como lo son los datos que tanto empresas de tarjetas de crédito y bancos, obtienen.

Hoy la vigilancia no pasa por la construcción de complejos y costosos sistemas de seguimiento de individuos particulares detrás de los cuales un grupo especial debe estar siguiéndole los pasos, sino que se da de forma dispersa pero interconectada en una red de información en la que se encuentra, o en breve, se encontrará, todo. Nuestros datos biométricos asociados al número del DNI, la tarjeta SUBE (para los que la tengamos) cuyo número es asignado a nuestro DNI, a partir de la cual el Ministerio del Interior guarda un registro de las últimas veces que fue utilizada, es decir dónde y cuándo, nuestros perfiles públicos de Facebook, Tumblr., Twitter, nuestras casillas de correo electrónico, todas las imágenes nuestras capturadas por cámaras de vigilancia de bancos, trenes, calles, edificios y plazas y demás datos, constituyen la identidad digital que poseemos dentro del complejo sistema de control de nuestras sociedades.

¿Te acuerdas del Estado?...volvió, en forma de cámaras.[10]

Pero cómo se da este proceso de construcción de sistemas de vigilancia y control personal en nuestro país, esa es la gran cuestión.

Desde la aparición del kirchnerismo, desde la derecha patronal hasta el progresismo de centro izquierda, todos, absolutamente todos, hablan, como si el Estado no hubiera existido y garantizado las ganancia y la seguridad para los sectores dominantes durante los años ’90, de la reaparición del Estado Nacional como un agente político con injerencia en los distintos ámbitos de la vida pública. Desde la derecha se acusa al kirchnerismo, como buen peronismo que es, de un estatismo que ahoga a la industria y al campo, interviene de forma censuradora y antiliberal en los medios de comunicación, como en el caso de la ley de medios y el conflicto TyC-Fútbol para todos, que actúa principalmente ahogando la economía e impidiendo la libre acción de los ciudadanos avasallando libertades personales tan importantes como la compra de dólares. Mientras que el progresismo de centro izquierda que apoya al gobierno desde el grupo de intelectuales con sede en la Biblioteca Nacional y los partidos y las organizaciones políticas enmarcadas dentro de Unidos y Organizados y demás frentes de organizaciones, hablan de la reaparición del Estado a favor de los humildes, de los descamisados, de los que luego de la década oscura de los noventa, de la que sus mismos líderes fueron partícipes, con medidas como la Asignación Universal por Hijo, la reestatización de fondos de pensiones, la entrega de netbooks a los alumnos de las escuelas y colegios públicos y la supuesta recuperación para la Nación de los estandartes de las empresas públicas como Aerolíneas Argentinas e YPF, vuelven a ser protagonistas del desarrollo de la Nación.

Si el Estado reapareció en esta década fue solo a medias, o mejor dicho, para continuar con un proceso económico abierto desde la última dictadura militar. Es el Estado Nacional y sus aliados provinciales, el responsable de la continuidad del proceso de saqueo de los recursos naturales del país y del continuo enriquecimiento de las grandes corporaciones a expensas del pueblo trabajador. Luego de la crisis de 2001, fue el mismo Estado que había colapsado, el que reorganizando sus fuerzas internas, reestructuró la relación de dominación y control de la clases dominante frente a los trabajadores y desocupados, mediante el disciplinamiento de grandes sectores del movimiento piquetero y la “estabilización” de los índices económicos que llevaron a un crecimiento del empleo, a la vez que a un crecimiento de la precarización laboral, garantizando ganancias extraordinarias a los sectores patronales. Es el Estado, que supuestamente reapareció, el responsable, por acción, pero generalmente por omisión, negligencia y corrupción, de las muertes del crimen de la estación Once, de las inundaciones en La Plata, y tantos otros casos más de relevancia nacional o regional.

Yendo a la cuestión particular de las estructuras de inteligencia y control estatal, hemos visto cómo el discurso de la seguridad social, enfocado en la construcción de una ciudadanía atenta e incluida dentro del sistema, se ha transformado en el de la seguridad ciudadana, dentro de la que se enmarca la creación y el fortalecimiento por parte de los medios masivos de comunicación y el mismo Estado de una imagen criminal sobre los habitantes de los barrios más marginas de las grandes urbanizaciones del país, a lo que se suma la redistribución de funciones dentro de la estructura represiva del Estado, asignando nuevos espacios de acción para dispositivos represivos del Estado como la Gendarmería y la Prefectura, además de la proliferación de los servicios privados de seguridad[11].

Y este discurso acerca de la seguridad no es solo expresado por, según el kirchnerismo, la derecha, sino por el mismo FpV en todos sus estamentos, desde las municipalidades hasta el Senado de la Nación.

Al descubrimiento del Proyecto X, una base de datos construida por la Gendarmería, destinado al almacenamiento de información y la construcción de perfiles de militantes políticos a lo largo y ancho del país, al servicio de la “justicia” y del gobierno de la criminalización y la represión de la protesta social, y del reciente descubrimiento de un agente de inteligencia de la Federal, controlada por el ministerio de Garré, dentro de la Agencia de Noticias Rodolfo Walsh (figura tan reivindicada por los militantes kirchnerista, pero que en un atrevimiento que me tomo en este momento, diría que sería el último que fuera a escribir para la “Korpo”, el complejo de medios, estatales o privados, cooptados por el kirchnerismo, que cada día es más), le podemos sumar, dentro de este análisis, el proceso de camarización de los espacios urbanos de los cordones urbanos del país y los anuncios de la Presidenta acerca de la puesta en marcha de un sistema de identificación biométrica, el SIBIOS bajo la órbita del Registro Nacional de las Personas, la Policía Federal y las agencias de seguridad del Estado.

¿De qué se trata esto? La fundación Vía Libre, junto a la Electronic Frontier Foundation, en el año 2011, sacó un comunicado luego de los anuncios en cadena nacional de la presidenta, y en este nos explican la situación:

(…) el gobierno planea redimensionar esa base de datos –Las que posee actualmente el RENAPER y la PF- para facilitar “acceso fácil” al integrar esos datos en un nuevo sistema integrado orientado a la seguridad. Esto aumenta el grado de vigilancia generalizada, ya que las agencias de seguridad de Argentina tendrán acceso a repositorios masivos de información de ciudadanos, y serán capaces de mejorar las capacidades de hacer reconocimiento facial y por huellas digitales con tecnologías que permitan identificar a cualquier ciudadano en cualquier lugar. (…)El SIBIOS estará completamente integrado con las bases de datos de identificación, que además de los identificadores biométricos, incluyen imagen digital, estado civil, grupo sanguíneo y otras informaciones básicas que se recolectan desde el nacimiento y a través de la vida de las personas. Además, no sólo la Policía Federal tendrá acceso a este sistema integrado. SIBIOS fue diseñado para el uso de otras fuerzas de seguridad y organismos, incluyendo la Dirección de Migraciones, la Policía Aeroportuaria y la Gendarmería Nacional, incluso estará disponible a las fuerzas policiales y entidades provinciales, a través de un Acuerdo con el Estado Nacional. Sin embargo, no ha habido discusión pública sobre las condiciones bajo las cuales los oficiales públicos tendrán acceso a los datos.[12]

El SIBIOS ya está vigente y sumará al Estado de esta manera, una herramienta más para el control de los ciudadanos. Esta no es un cuestionamiento naif acerca de la invasión de la privacidad de las personas, sino que se relaciona directamente con la construcción de un aparato, tanto de vigilancia como represivo, por parte del Kirchnerismo, que ya ha aprobado la Ley Antiterrorista y está a punto de hacer realidad su proyecto de reforma del Sistema Judicial, y que quedará para futuros gobiernos.

En un país en el que la judicialización, criminalización y persecución, la desaparición y el asesinato, de los militantes de organizaciones sociales y políticas, no es solo responsabilidad de los gobiernos dictatoriales, sino también de los demócratas de turno, que utilizan no solo las fuerzas represivas “legales” del Estado sino también a las patotas sindicales aliadas al poder de turno (y esto se vió claramente en el asesinato del compañero Mariano Ferreyra), este tipo de herramientas y aparatos de seguimiento y control, son un peligro y es, tal vez, solo cuestión de tiempo hasta que el kirchnerismo, vuelva a avanzar en su persecución contra el incipiente movimiento político que por izquierda viene enfrentándose tanto a las burocracias sindicales como a las patronales y el Estado, que funcionan dentro del capitalismo, como uno.

Seguimos habitando hoy en día un nuevo viejo mundo en el que el desarrollo de las tecnologías en vez de direccionarse hacia el progreso general de la humanidad, se utiliza para el fortalecimiento de las instituciones de control en un sistema no solo represivo sino también regresivo, que impide el libre desarrollo del potencial mental humano y condiciona la vida misma a la continuidad de esta barbarie civilizada que nos rodea. En este sentido, nos recomiendo, siendo también un ignorante respecto del uso de muchas herramientas informáticas, comenzar a familiarizarse con el uso de herramientas de encriptado y codificación de mensajes, a comenzar a prestar atención a qué pone uno en sus perfiles públicos de las redes sociales y demás cuestiones. Hoy, mientras son útiles y no extremadamente necesarias, debemos aprender a utilizar estas herramientas, para que cuando en verdad las necesitemos, el desconocimiento acerca de su uso no nos juegue malas pasadas.


[2] Por los logos de los partidos Republicano y Demócrata.
[3] Y sobre esto es importante destacar la historia del, recientemente conocido, agente infiltrado por la Policía Federal en la Agencia de noticias Rodolfo Walsh, que venía llevando tareas de espionaje desde el año 2002 y que demuestra la gran labor y relevancia que tienen estos medios para los movimientos sociales, organizaciones barriales y partidos políticos que no acceden a la difusión de los políticos del sistema en los grandes medios de comunicación: http://www.agenciawalsh.org/aw/index.php?option=com_content&view=article&id=10647:por-el-infiltrado-americo-balbuena&catid=67:represion&Itemid=120
[11] En este caso es muy interesante ver cómo el discurso legitimado por los grandes medios de comunicación se sintetiza en el slogan publicitario de la empresa de puertas blindadas que tiene publicidad constantemente rotando por el canal de noticias TN: “Puertas Pentágono, más duras que la realidad”.

martes, 14 de mayo de 2013

Hasta que llegue el bondi (II)


De repente: un charco de agua, un mini lago en la montaña –los adoquines- y la sensación que recorre los nervios desde mi pie hasta mi cerebro y este traduce en -¡oh no, agua, qué frío!- así de estúpido suena por momentos mi cerebro; no es invierno, pero hace frío, en este momento quisiera volver a Sofía.

Intento agarrar el hilo que me lleve de nuevo a ella, pero no está, lo perdí o nunca existió; la avenida continúa su trayecto y teniendo los bondis yendo como yo hacia Plaza Italia, me siento empujado por ellos a seguir caminando, empujado por la incoherente marea popular.

Las nubes que me seguían desde hace rato ahora están por romper en tempestad, el frío y la lluvia son el marco perfecto para hacer de esta caminata, algo tan dramático y existencial –tan cliché y banal a la vez, pensado desde la imagen repetida de cientos de películas que aparecen en las pantallas sin saber muy bien qué se quiere mostrar- que, si me estuvieran filmado, hasta podría aparecer en el BAFICI y me verían muchas personas culturosas, de esas que habitan esta ciudad de librerías, teatros, cines, cabarulos y bailantas.

La lluvia ya cae sobre nosotros y ante un cartel de una casa de accesorios femeninos que parece una cascada fría e imponente no puedo evitar recordar la foto Black Moon, de Christy Lee Rogers; en ella:

Los cuerpos van chocando bajo el agua mientras la imponente ciudad de la Atlántida se hunde bajo las aguas oscuras y congeladas del mar; como luego será en Pompeya, bajo la ceniza sofocante, el tiempo se detiene en cuanto la ciudad cae bajo el poder de la naturaleza.

Ellos solo pensaron que era una lluvia estacional, ellos solo pensaron que era humo saliendo de la montaña; la vista matinal de las nubes grises cubriendo el cielo se transformó en diluvio y el humo intrigante saliendo de la punta de la montaña en erupción; mientras que los que debajo la veían todavía creían que la ciudad era una fortaleza inexpugnable incluso para las fuerzas inhumanas de la naturaleza, los electrones se agitaban en las nubes cargadas y el interior líquido de la tierra comenzaba a avanzar por los canales subterráneos presionando por salir.

La ciudad da sus últimos gritos antes de caer en el silencio y la nada que la cubrirán por siglos y siglos; que la harán inmortal mientras agoniza llenándose de agua o petrificándose sus pulmones.

Luego de Pompeya quedaron los romanos, su Imperio y su pax, también occidente y su civilización de cruzadas y baños de sangre; luego de la Atlántida, para todos los que la han tenido en su mente, que la han soñado en una incomprensible pesadilla en una noche otoñal, sea de este o de aquel lado del mar, quedó marcada sobre la mente humana, la posibilidad cierta, constante pero ignorada, de que todo de repente se acabe, se escurra por las alcantarillas, si es que las bocas de tormenta no están demasiado tapadas, se vaya todo por los cauces y vuelva al mar, navegando en la lluvia que cubre el planeta.

En algo que no se sabe si es una orgía, o una pelea por el control remoto del momento, los ojos del tiempo capturan la imagen de los últimos atlantes, amontonados, policromáticos y desnudos entre la luz más brillante y la oscuridad más profunda de la mente humana.

Cuando Buenos Aires se termine por ahogar con las aguas turbias del Río de la Plata, cuando los sedimentos, que este cauce trae desde el corazón de selvático de América del Sur, se depositen sobre los edificios, las estatuas de tantos hombres muertos y nombres que no se sabe a qué hacen referencia, los bondis y los taxis en medio de las avenidas, los hombres y las mujeres, que cenaban en sus livings, cagaban en sus baños, cogían en sus camas, sus perros bobos y sus gatos mezquinos, solo algunos de nosotros quedaremos para continuar el mito de la reina del Plata; un pueblo perdido en tierras extrañas –el interior o el resto del continente- gritando histéricos, callando paranoides, deambulando esquizoides, hablando de un lugar perdido que no se sabe bien si existió o no, un lugar vacío para muchas mentes, que Wikipedia no puede cubrir.

Odio que la gente diga Baires; esa sola palabra justifica que los porteño-bonaerenses seamos odiados por el resto de nuestros vecinos planetarios; Baires es disfrazar este lugar de lo que no es, ocultar los gritos ahogados de hambre, ocultar la angustia y la soledad de los cuerpos apiñados entre sí; Baires es ser uno más, en una ciudad de idiotas.

Quisiera encontrarme a Sofía en una esquina, que aparezca desde algún callejón oscuro y me abrace; que la ciudad desaparezca por un segundo, ser un idiota contento entre sus brazos, pero ya casi llego a la esquina de la calle República de la India y no quedan más esquinas en mi recorrido frente a las rejas del zoológico sino hasta la extraña conjunción de avenidas en Plaza Italia.

Del zoológico podría decir muchas cosas, del encierro de los animales, de su uso para el entretenimiento, su sometimiento a la maquinaria aplastante del ocio de la supremacía genética del ser humano frente al resto de los seres conocidos del planeta y sus alrededores, podría querer liberarlos a todos como en 12 Monos, pero tan o más preocupante que la condición moral del zoológico de la ciudad, o el de Luján o Temaikén, creo que deberíamos comenzar a prestar atención al zoológico humano.

Los gimnasios con grandes ventanales que dan a la calle son la primer imagen que se me viene a la cabeza cuando comienzo a pensar acerca de los zoológicos humanos; los proyectos televisivos Gran Hermano, podrían ser considerados como otros de esos lugares de encierro y espectáculo.

Hay un gimnasio que me llama poderosamente la atención, dado el tamaño que tiene, la concurrencia que a casi toda hora del día hay en ese espacio húmedo por el sudor en el aire y pegajoso hasta la viscosidad de los fluidos más extenuantes del físico humano: el gimnasio del Club Huracán.

Un gran ventanal, frente al gran Parque Patricios, de los pocos parques “grandes” que hay en el entramado urbano de la ciudad, media entre la calle y el interior de esa jaula del espectáculo.

Las personas que se dedican a hacer musculación –mucho más complicado es en ese caso, porque ahí surge la intrigante cuestión de por qué alguien querría convertirse en un monstruo anabólico de fibras musculares tensas- están, de alguna manera justificada, para estar ahí dentro, exponiendo ante el resto de los seres a los que les importa un gramo más de tejido muscular en el cuerpo, frente a un gran ventanal que transforma la actividad física de ellos, en un espectáculo para todos los que pasen por enfrente; sin embargo, la mayoría de las personas solo va a hacer cinta o bicicleta fija al enorme gimnasio del club.

Eso quiere decir que esa enorme cantidad de personas se encierra a sí misma dentro de un lugar con tres paredes y un enorme ventanal a correr en un aire casi sin renovación, entre tantos otros que hacen lo mismo que ellos, mientras ven un gran parque, de altos árboles, de pasto, de amplias veredas sobre las calles y la avenida que lo rodean, a pesar de sus rejas, a pesar de no ser una instalación verde sobre la opacidad del pavimento, a pesar de que todos los seres que lo habitan, árboles e insectos incluidos, están en cautiverio, han nacido, se han criado y morirán ahí adentro, prefiere seguir ahí, encerrado entre sus auriculares, respirando los vapores propios y ajenos, en vez de estar en el parque.

Otra cuestión interesante acerca de ellos, es que prefieren el movimiento fingido de kilómetros andados sobre el mismo metro cuadrado, la x cantidad de revoluciones por minuto que puedan hacer en la bicicleta, antes que el movimiento real de sus cuerpos en alguna dirección real y no en la repetición topográfica de la cinta giratoria de plástico bajo sus pies; esa gente no busca el movimiento, busca aumentar los dígitos del contador de metros en la pantalla digital del aparato sobre el que corren día tras día.

La cuestión con los Gran Hermano, lo que los convierte en cosas más específicas en el ámbito de los animales enjaulados, es que son más parecidos a los animales entrenados de los parques temáticos como Mundo Marino, más que la quedada y lamentable imagen de los monos sacándose las pulgas en medio del barrio de Palermo.

Porque aun si no lo estuvieran –cosa que dudo seriamente, por lo menos en el caso de los que se han hecho en este país- muchos de los Gran Hermano parecen guionados por los mismos escritores de esas telenovelas anodinas por la repetición de sus romances, temporada tras temporada, entre canal y canal, por la repetición de actores que caen en la sombra de su potencial dramático interpretando galanes, y actrices preciosas que son tan malas y conchudísimas o buenas e inocentes, en el prime time nacional y popular de cada noche; así, los participantes de estos, angustiantes por falta de la libertad de que alguno de todos ellos decida matar al resto, realities, son los seres humanos más parecidos a las orcas, delfines o lobos marinos que entretienen tanto a padres como a hijos o abuelos en esas jornadas vacacionales de ocio y tiempo rápido en los acuarios de todo el planeta.

La única manera de hacer interesantes los proyectos Gran Hermano, es liberando a los participantes de las ataduras del rating y la producción de contenidos televisivos basados en el romance idiota de las personas que aparecen en la pantalla de tubos catódicos, plasma o LCD que habitan los hogares como las personas; liberando los impulsos hobbesianos de los participantes, eliminando a los guionistas y creando condiciones de supervivencia, el circo humano de TELEFÉ, sería tanto más interesante como trágico y peligroso.

Por momentos, creo que hacia ahí nos direccionamos; por momentos, creo que ya estamos ahí desde hace un largo rato ya.

Mis pies siguen paso a paso, la boca del subte que está en la esquina de Las Heras y Santa Fe me llama poderosamente la atención; escondida entre los árboles de la avenida y con el fondo verde del jardín botánico detrás, a solo metros de un kiosco de diarios, bajo los efectos, hermosos y profundos, del THC una vez lo confundí, en un rapto pictórico de la mente, con un plano fílmico woodyalleniano; soy porteño-bonaerense y “culturoso” no hay forma en que pueda evitar el salvaje esnobismo todos por Allen en esta ciudad; muchos de ellos todavía esperan que Buenos Aires se convierta en escenario de esta faceta europeísta de Allen.

-¡Nosotros no hablamos francés pero nos parecemos a París, hay “españoles” e “italianos” por todos lados acá, nos parecemos a Roma y a Barcelona, filmá la Avenida de Mayo, Callao, Las Heras, Alvear o Del Libertador, filmanos Woody, te amamos, filmanos!- se puede oír retumbando en la cavernosa estructura craneal de estos porteños seres; ojalá que ante la pregunta de algún chauvinista periodista argentino en una entrevista de preestreno, Allen diga que nos odia, que nunca va a pisar Buenos Aires, a muchos los calmaría un poco; como nenes enojados refunfuñarían y dirían ¡Ufa! por el resto de sus días, esperando que Allen se arrepienta de sus dichos; Amelie y Woody Allen son fetiches culturales de la porteño-bonaerense juventud culturosa clasemediera.

sábado, 11 de mayo de 2013

Los pies en la ruta


La imagen de la esquina de Las Heras y Santa Fe, los árboles del botánico particularmente, se veían dispersos hasta en sus siluetas, entre la niebla; o más bien, detrás de la fina capa de humedad, de pequeñísimas gotas de agua, flotando en el aire, viajando sujetas a los cambios de la brisa.

Las luces blancas, como estrellas de magníficos e incomprensibles tamaños, se veían como a través de una nebulosa en un eterno bostezo en el espacio.

De uno de los inmensos bloques de pavimento, hormigón, o lo que sea, gris, que compone el mosaico que se forma con el suelo de la Avenida Santa Fe, al paso de cada bondi, salía por debajo, como resurgiendo de las napas subterraneas o de los arroyos asfaltados de la ciudad, un chorro de aguas turbias; y en ese momento recordé, la visión extraña de la ruta perdida a lo lejos, pintada allá en el horizonte, de los rincones del país que pude recorrer junto a unos hermanos que andan perdidos sin la necesidad, por momentos absurda de encontrarse, recorriendo los rincones que la geografía del continente y los mapas de ruta, esconcen para sí mismos.

Debo confesar que sí, estaba drogado tanto en el hecho como en el recuerdo, pero tengo todavía fresca en las entrañas, la sensación de poder, como de ligereza hasta en lo más profundo de mi ser, que venía a mí al poner los pies en la ruta. 

Siento en mi sus sonrisas que abrazan y sus miradas sinceras, como si estuviesen marcadas con fuego sobre mi carne sus iniciales.

Mi corazón explota encerrado en mi pecho al volver a sentir eso y en mis pies reinan las cosquillas de volver a estar ahí, en ningún lado a pesar de estar dentro del mapa; y curioso es, que hasta en la grata situación de estar en la ruta, uno siga estando dentro del mapa, perteneciendo a la (a)mente humana; si está la ruta es porque alguien la pensó para algo.

Pero mientras tanto pienso y siento: los abrazos sellados sobre los Andes, gracias a la dispersión gaseosa del oxígeno en el aire, se sienten aun con el paso del tiempo.

San Juan en el estómago y el hígado.

jueves, 9 de mayo de 2013

Hasta que llegue el bondi (I)


Todo empezó con el sonido de un cigarro que se enciende –mientras tenía los ojos cerrados pude ver dentro de mi cabeza, entre la meditación oscura y la sed de tantas cosas juntas, de ese momento, al oír que sacaba un cigarro del paquete, que tomaba el encendedor y que el tenso pulgar de la mano izquierda de Sofía hacía girar la ruedita -esa que odio tan intensamente cuando se traba-, el tabaco encendiéndose dentro del cigarro, su cálida luz aumentando, al inhalar, hasta parecer una estrella en el cosmos encerrado que tengo en la cabeza, mientras todavía el fuego del encendedor no se había separado del cigarro y por su boca, Sofía, como siempre lo hace, respira fuego; con mis ojos entreabriéndose y la luz de un azul pálido, que colgaba por sobre el box en el que nos encontrábamos, de esa forma se dio el nuevo comienzo de la noche.

Tomé un poco de tabaco del paquete de Pueblo, un lillo y un pequeño filtro y comencé mi labor de artesano de mis propios vicios; con el hábito y el paso del tiempo, uno desarrolla un estilo propio de armado, un procedimiento y una técnica propia de la construcción de algo mucho más complejo que un cigarro, pero meticulosa y paciente al fin; al principio uno es torpe, no sabe cuánto tabaco utilizar, pierde el lillo entre sus propios dedos, el filtro parece gigante y hasta le dan ganas a uno de fumarse un Gitanes y tirar todo a la mierda, pero uno sigue, encuentra la manera de poner el lillo entre los dedos, de medir con los ojos el tabaco que toma con los dedos y de ubicar el filtro, encuentra la manera de hacerlo girar delicadamente sobre la punta de los dedos, sin que se caiga, asegurándose de que las puntas inferiores se enrollen bajo la capa superior del papel, pegándolo delicadamente luego de pasar la lengua, no demasiado húmeda sobre el borde con pegamento; casi tan delicado como, espasmo tras espasmo, entre contracción muscular y jadeo liberador, como aprender a tocar el cuerpo de Sofía.

Sus ojos claros, de un celeste lechoso bajo la luz sobre nosotros, de una profundidad abisal, el par de cosas que más desearía ver cada mañana al despertar, siguen al costado de su nariz, nada cambió en su rostro desde que cerré los míos.

Su mirada está perdida entre los rastros de humo que suben por el aire, buscando algo que perdió hace ya mucho tiempo, que no sé qué es, y creo que ella tampoco, pero que busca en todos lados, a todo momento.

Se mastica, casi sin notarlo, la uña del pulgar izquierdo, su mente vuela, no creo que tenga combustible para la vuelta;  Waits es lo único que podría sonar para hacer de este momento, de toda la situación en este bar, en este box, entre el huno de los cigarros, entre las miradas que no se encuentran porque, simplemente en este momento no lo desean, un simple y extraño entramado de redundancias y alguien allá delante, donde la gente disfruta de lo que sea, lo pone.

Siempre deteste que la gente convirtiera en rituales cuasi religiosos sus salidas de fin de semana; la fabricación de una rutina del ocio, de una banalización del dejar salir el aire que uno aguanta dentro de los pulmones, sintiendo la presión, con dolor, con angustia muchas veces, durante toda la semana, seguir asistiendo al circo pero de otra manera.

Mi cigarro se apagó, supongo que yo tampoco estoy acá a pesar de estarlo; es momento de caminar la histeria de la noche de esta ciudad.

La ciudad sigue donde la dejé, pidiéndole que no se fuera, cuando entré al bar algunas horas atrás, cuando Sofía y yo nos mirábamos a la cara, nos besábamos los ojos con cada cruce de miradas, cuando los demás seguían junto a nosotros, por más que apenas si eran perceptibles de alguna forma, fuera como siluetas difusas de una realidad achicada por la mente.

No siendo Teseo, no teniendo un hilo y no siendo Sofía, Ariadna, la decisión es real: una esquina o la otra, dos caminos distintos para recorrer en este laberinto.

Será Las Heras, con su trazado de borrachos, quebrando el vector en algunas esquinas, el camino a tomar de vuelta a casa; el sur y Patricios serán otra vuelta, esta noche la estrella apunta al norte.

Todo el barrio quiere ser París, pero apenas si es un decorado que sobró de alguna película francesa y que algún bourgeois gentilhomme le donó a la ciudad para que pusieran su nombre en alguna plaza o lo eximieran de pagar tal o cual impuesto a la propiedad; la Recoleta pretende ser una sucursal de la luz en este rincón oscuro del mundo y termina siendo solo un manotazo de ahogado de la variante sudamericana de occidente, que recurrió una vez más a la civilización por traspolación, por copy & paste; esnobismo primigenio de la [no]-
inteligentzia oligárquica.

Entre el camino de empedrado de la avenida se dejan ver los rieles fósiles de la vieja Buenos Aires con tranvías en sus calles, son el registro lítico de otra época de la humanidad; de ladrones honrados, según los viejos, del país en serio que se ha perdido.

Desde la puerta de un banco me piden un cigarro; por la hora que es, supongo que no es un empleado que salió a descargar la bronca de la jornada, no es un cliente enojado con la cantidad de requisitos administrativos que lo frustran, no es el guardia de seguridad que si entro me hará sacarme los auriculares y me mirará desafiante siendo el hombre de capa y espada dispuesto a defender esa ciudadela financiera, símbolo del dulce estancamiento evolutivo que prefiere la naturaleza humana antes que el desarrollo pleno de sus fuerzas mentales; es un tipo que duerme delante de la puerta del banco en esta noche fría, tan dramática como cualquiera, en la reina del Plata.

El cigarro cambia de mano, el encendedor también, sus ojos brillan bajo la luz del cartel azul y blanco del Banco Ciudad; la vida se le suaviza en cada pitada, pero el cigarro terminará y todo volverá al momento en que todo vuelve a tener la forma que le corresponde, donde el hambre y la locura son dos enfermedades que la sociedad crea y niega.

En las cuadras que separan a Las Heras de Del Libertador, uno puede sentirse dentro de un vórtice espacio-temporal que lo conecta al modelo original de todo lo que se ha intentado copiar; lo mismo sucede en Puerto Madero, el gueto financiero de la ciudad, reducto porteño del nuevo mundo ciberpunk en el que tan confiados estamos entrando.

Frente al Parque Las Heras, mientras paso caminando oigo a un grupo de pibes que felicitan a uno de sus amigos por su auto nuevo; la felicitación no está enfocada en reconocer todo el fuerzo, que pudo haber hecho, para conseguirlo, las largas horas de trabajo y los sacrificios que realizó para lograr tener su propio auto, uno más de tanto; sino que los halagos giran alrededor del valor estético y de conquista que le sumará la posesión del auto a ese pibe, a su amigo.

Tener un auto vale más que leer un libro en esta sociedad, eso lo sé y no pretendo quejarme inútilmente sobre el asunto; la cuestión está en ver qué significa el auto, ver cómo esa cosa de metal, tan artefacto como una licuadora solo que forma distinta, posee a los ojos de cualquiera más valor estético que práctico; tener o no un auto es estar en cierto punto de una escala de jerarquía basada en la posesión de bienes materiales que lo eleven a uno dentro de la escala, por eso no importa que tan bien funcione –eso solo le importa a los que saben y sienten pasión por los autos, cosa curiosa si las hay a mi entender- si no qué auto sea; en este sentido, tener un BMW o tener Renault, por más que en ambos casos se cuenten con cuatro ruedas, un motor, asientos, un volante y el resto de la parafernalia necesaria o no para el funcionamiento mecánico del concepto “automóvil”, marca diferencia estando en un lugar o en otro.

En el momento en que uno se planeta, perteneciendo a los sectores medios de la sociedad, no entrar en ese juego de competencia en una escala regida por valores estéticos más que funcionales, el mundo se da vuelta contra uno; incluso decir que a uno no le interesa manejar, que no le interesa tener un auto, genera cierto escozor en ciertas personas; la gran pregunta no es ¿para qué tener un auto en Buenos Aires? Una ciudad que aun si tuviera la mitad de autos que tiene hoy en día circulando por sus calles, avenidas y escazas autopistas, seguiría colapsada, sino en verdad, ¿para qué tener un auto?

En términos generales, en cuanto uno comienza a bromear con la escala de valores simbólicos que rigen a las sociedades como las nuestras, capitalistas y occidentales, informatizadas, en cuanto al marco general, subdesarrolladas, pero no cualquiera, latinoamericanas, sudorosas pero un tanto australes, en un contexto un tanto más reducido y, por último, urbanas en lo particular, porteñas –con todas las particularidades urbanas y espirituales, por llamarlas de algún modo, de la vida en las ciudades portuarias del continente sur- los dispositivos mentales de control, que se encuentran en las mentes de todos nuestros amigos, familiares y de nosotros también, se activan y, cual “Alarma de pensamiento independiente” simpsoniana, el resto de los seres que nos rodean comienzan a vernos con otros ojos.

Caminando, dejando un rastro fino con el humo del cigarro que armé mientras el semáforo estaba en rojo, escuchando la Cinematic Orchestra y su Oda al gran mar, con el rostro de Sofía viniendo a la superficie de mi laguna mental por momentos, va pasando la noche sobre la Avenida Las Heras, luminosa, agitada, borracha y quebradiza, de grandes edificios y también parques, largo camino que conecta el norte y el sur, como bien lo deja claro el recorrido de los bondis que por ella pasan, durante el día y la noche, transportando cosas que la mayoría de las veces tienen forma humana.