De
repente: un charco de agua, un mini lago en la montaña –los adoquines- y la
sensación que recorre los nervios desde mi pie hasta mi cerebro y este traduce
en -¡oh no, agua, qué frío!- así de estúpido suena por momentos mi cerebro; no
es invierno, pero hace frío, en este momento quisiera volver a Sofía.
Intento
agarrar el hilo que me lleve de nuevo a ella, pero no está, lo perdí o nunca
existió; la avenida continúa su trayecto y teniendo los bondis yendo como yo
hacia Plaza Italia, me siento empujado por ellos a seguir caminando, empujado
por la incoherente marea popular.
Las
nubes que me seguían desde hace rato ahora están por romper en tempestad, el
frío y la lluvia son el marco perfecto para hacer de esta caminata, algo tan
dramático y existencial –tan cliché y banal a la vez, pensado desde la imagen
repetida de cientos de películas que aparecen en las pantallas sin saber muy
bien qué se quiere mostrar- que, si me estuvieran filmado, hasta podría
aparecer en el BAFICI y me verían muchas personas culturosas, de esas que habitan esta ciudad de librerías, teatros,
cines, cabarulos y bailantas.
La
lluvia ya cae sobre nosotros y ante un cartel de una casa de accesorios
femeninos que parece una cascada fría e imponente no puedo evitar recordar la
foto Black Moon, de Christy Lee
Rogers; en ella:
Los
cuerpos van chocando bajo el agua mientras la imponente ciudad de la Atlántida
se hunde bajo las aguas oscuras y congeladas del mar; como luego será en
Pompeya, bajo la ceniza sofocante, el tiempo se detiene en cuanto la ciudad cae
bajo el poder de la naturaleza.
Ellos
solo pensaron que era una lluvia estacional, ellos solo pensaron que era humo
saliendo de la montaña; la vista matinal de las nubes grises cubriendo el cielo
se transformó en diluvio y el humo intrigante saliendo de la punta de la
montaña en erupción; mientras que los que debajo la veían todavía creían que la
ciudad era una fortaleza inexpugnable incluso para las fuerzas inhumanas de la
naturaleza, los electrones se agitaban en las nubes cargadas y el interior
líquido de la tierra comenzaba a avanzar por los canales subterráneos
presionando por salir.
La
ciudad da sus últimos gritos antes de caer en el silencio y la nada que la
cubrirán por siglos y siglos; que la harán inmortal mientras agoniza llenándose
de agua o petrificándose sus pulmones.
Luego
de Pompeya quedaron los romanos, su Imperio y su pax, también occidente y su civilización de cruzadas y baños de
sangre; luego de la Atlántida, para todos los que la han tenido en su mente,
que la han soñado en una incomprensible pesadilla en una noche otoñal, sea de este
o de aquel lado del mar, quedó marcada sobre la mente humana, la posibilidad
cierta, constante pero ignorada, de que todo de repente se acabe, se escurra
por las alcantarillas, si es que las bocas de tormenta no están demasiado
tapadas, se vaya todo por los cauces y vuelva al mar, navegando en la lluvia
que cubre el planeta.
En
algo que no se sabe si es una orgía, o una pelea por el control remoto del
momento, los ojos del tiempo capturan la imagen de los últimos atlantes,
amontonados, policromáticos y desnudos entre la luz más brillante y la
oscuridad más profunda de la mente humana.
Cuando
Buenos Aires se termine por ahogar con las aguas turbias del Río de la Plata,
cuando los sedimentos, que este cauce trae desde el corazón de selvático de
América del Sur, se depositen sobre los edificios, las estatuas de tantos
hombres muertos y nombres que no se sabe a qué hacen referencia, los bondis y
los taxis en medio de las avenidas, los hombres y las mujeres, que cenaban en
sus livings, cagaban en sus baños, cogían en sus camas, sus perros bobos y sus
gatos mezquinos, solo algunos de nosotros quedaremos para continuar el mito de
la reina del Plata; un pueblo perdido en tierras extrañas –el interior o el resto del continente- gritando histéricos,
callando paranoides, deambulando esquizoides, hablando de un lugar perdido que
no se sabe bien si existió o no, un lugar vacío para muchas mentes, que
Wikipedia no puede cubrir.
Odio
que la gente diga Baires; esa sola
palabra justifica que los porteño-bonaerenses seamos odiados por el resto de
nuestros vecinos planetarios; Baires es
disfrazar este lugar de lo que no es, ocultar los gritos ahogados de hambre,
ocultar la angustia y la soledad de los cuerpos apiñados entre sí; Baires es ser uno más, en una ciudad de
idiotas.
Quisiera
encontrarme a Sofía en una esquina, que aparezca desde algún callejón oscuro y
me abrace; que la ciudad desaparezca por un segundo, ser un idiota contento
entre sus brazos, pero ya casi llego a la esquina de la calle República de la
India y no quedan más esquinas en mi recorrido frente a las rejas del zoológico
sino hasta la extraña conjunción de avenidas en Plaza Italia.
Del
zoológico podría decir muchas cosas, del encierro de los animales, de su uso
para el entretenimiento, su sometimiento a la maquinaria aplastante del ocio de
la supremacía genética del ser humano frente al resto de los seres conocidos
del planeta y sus alrededores, podría querer liberarlos a todos como en 12 Monos, pero tan o más preocupante que
la condición moral del zoológico de la ciudad, o el de Luján o Temaikén, creo
que deberíamos comenzar a prestar atención al zoológico humano.
Los
gimnasios con grandes ventanales que dan a la calle son la primer imagen que se
me viene a la cabeza cuando comienzo a pensar acerca de los zoológicos humanos;
los proyectos televisivos Gran Hermano,
podrían ser considerados como otros de esos lugares de encierro y espectáculo.
Hay
un gimnasio que me llama poderosamente la atención, dado el tamaño que tiene,
la concurrencia que a casi toda hora del día hay en ese espacio húmedo por el
sudor en el aire y pegajoso hasta la viscosidad de los fluidos más extenuantes
del físico humano: el gimnasio del Club Huracán.
Un
gran ventanal, frente al gran Parque Patricios, de los pocos parques “grandes”
que hay en el entramado urbano de la ciudad, media entre la calle y el interior
de esa jaula del espectáculo.
Las
personas que se dedican a hacer musculación –mucho más complicado es en ese
caso, porque ahí surge la intrigante cuestión de por qué alguien querría
convertirse en un monstruo anabólico de fibras musculares tensas- están, de
alguna manera justificada, para estar ahí dentro, exponiendo ante el resto de
los seres a los que les importa un gramo más de tejido muscular en el cuerpo,
frente a un gran ventanal que transforma la actividad física de ellos, en un
espectáculo para todos los que pasen por enfrente; sin embargo, la mayoría de
las personas solo va a hacer cinta o bicicleta fija al enorme gimnasio del
club.
Eso
quiere decir que esa enorme cantidad de personas se encierra a sí misma dentro
de un lugar con tres paredes y un enorme ventanal a correr en un aire casi sin
renovación, entre tantos otros que hacen lo mismo que ellos, mientras ven un
gran parque, de altos árboles, de pasto, de amplias veredas sobre las calles y
la avenida que lo rodean, a pesar de sus rejas, a pesar de no ser una
instalación verde sobre la opacidad del pavimento, a pesar de que todos los
seres que lo habitan, árboles e insectos incluidos, están en cautiverio, han
nacido, se han criado y morirán ahí adentro, prefiere seguir ahí, encerrado
entre sus auriculares, respirando los vapores propios y ajenos, en vez de estar
en el parque.
Otra
cuestión interesante acerca de ellos, es que prefieren el movimiento fingido de
kilómetros andados sobre el mismo metro cuadrado, la x cantidad de revoluciones
por minuto que puedan hacer en la bicicleta, antes que el movimiento real de
sus cuerpos en alguna dirección real y no en la repetición topográfica de la
cinta giratoria de plástico bajo sus pies; esa gente no busca el movimiento,
busca aumentar los dígitos del contador de metros en la pantalla digital del
aparato sobre el que corren día tras día.
La
cuestión con los Gran Hermano, lo que
los convierte en cosas más específicas en el ámbito de los animales enjaulados,
es que son más parecidos a los animales entrenados de los parques temáticos
como Mundo Marino, más que la quedada y lamentable imagen de los monos
sacándose las pulgas en medio del barrio de Palermo.
Porque
aun si no lo estuvieran –cosa que dudo seriamente, por lo menos en el caso de
los que se han hecho en este país- muchos de los Gran Hermano parecen guionados por los mismos escritores de esas
telenovelas anodinas por la repetición de sus romances, temporada tras
temporada, entre canal y canal, por la repetición de actores que caen en la
sombra de su potencial dramático interpretando galanes, y actrices preciosas
que son tan malas y conchudísimas o buenas e inocentes, en el prime time nacional y popular de cada
noche; así, los participantes de estos, angustiantes por falta de la libertad
de que alguno de todos ellos decida matar al resto, realities, son los seres
humanos más parecidos a las orcas, delfines o lobos marinos que entretienen
tanto a padres como a hijos o abuelos en esas jornadas vacacionales de ocio y
tiempo rápido en los acuarios de todo el planeta.
La
única manera de hacer interesantes los proyectos Gran Hermano, es liberando a los participantes de las ataduras del
rating y la producción de contenidos televisivos basados en el romance idiota
de las personas que aparecen en la pantalla de tubos catódicos, plasma o LCD
que habitan los hogares como las personas; liberando los impulsos hobbesianos
de los participantes, eliminando a los guionistas y creando condiciones de
supervivencia, el circo humano de TELEFÉ, sería tanto más interesante como
trágico y peligroso.
Por
momentos, creo que hacia ahí nos direccionamos; por momentos, creo que ya
estamos ahí desde hace un largo rato ya.
Mis
pies siguen paso a paso, la boca del subte que está en la esquina de Las Heras
y Santa Fe me llama poderosamente la atención; escondida entre los árboles de
la avenida y con el fondo verde del jardín botánico detrás, a solo metros de un
kiosco de diarios, bajo los efectos, hermosos y profundos, del THC una vez lo
confundí, en un rapto pictórico de la mente, con un plano fílmico woodyalleniano; soy porteño-bonaerense y
“culturoso” no hay forma en que pueda
evitar el salvaje esnobismo todos por Allen en esta ciudad; muchos de ellos
todavía esperan que Buenos Aires se convierta en escenario de esta faceta
europeísta de Allen.
-¡Nosotros no hablamos francés pero nos parecemos a París, hay “españoles” e “italianos” por todos lados acá, nos parecemos a Roma y a Barcelona, filmá la Avenida de Mayo, Callao, Las Heras, Alvear o Del Libertador, filmanos Woody, te amamos, filmanos!- se puede oír retumbando en la cavernosa estructura craneal de estos porteños seres; ojalá que ante la pregunta de algún chauvinista periodista argentino en una entrevista de preestreno, Allen diga que nos odia, que nunca va a pisar Buenos Aires, a muchos los calmaría un poco; como nenes enojados refunfuñarían y dirían ¡Ufa! por el resto de sus días, esperando que Allen se arrepienta de sus dichos; Amelie y Woody Allen son fetiches culturales de la porteño-bonaerense juventud culturosa clasemediera.
Es una vorágine de mil cosas distintas que se van superponiendo, Pompeya, Buenos Aires, zoológicos, odioGranHermano, odioalossnobs, odioaWoody jajaj mucha bronca contra todo en este escrito, pero no bronca boba sino bronca decidida, bronca bien pensada y racionalizada, bronca tranquila, si es eso posible.
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